Avalada con el galardón de mejor película del último festival de Sitges nos llega esta propuesta argentina de terror rural, desde ya una de las películas más disfrutables del terror o no recientes.
La película va al grano y nos mete de lleno en materia nada más empezar: una noche dos hermanos en una granja oyen ruidos extraños en el exterior; al salir a investigar encuentran un hombre física y espiritualmente poseído por el mal. A partir de aquí se nos cuenta la huída hacia adelante de los protagonistas para acabar con el mal y/o huir del mismo antes de que acabe infectando a toda la población.
Las razones de la infección ni se nos cuentan ni resultan relevantes; todos los personajes las conocen y saben cómo actuar ante ellas (en un determinando momento se nos cuenta brevemente este aspecto). La película no pierde el tiempo en ningún momento ni se sobreexplica; los personajes quedan definidos por sus acciones ante el horror y resultan totalmente reconocibles en las mismas. El horror surge de manera brusca pero natural, la puesta es escena es totalmente fluida en su manera de integrar el horror en la vida cotidiana y resulta totalmente coherente con su propuesta, tratando al espectador siempre con respeto. de igual manera sufrimos con los protagonistas como nos horrorizamos ante lo que les está pasando. La tensión no decae en ningún momento.
El director consigue algo tan difícil como contarnos una historia no excesivamente novedosa de manera que lo parezca y mantenernos enganchados con ella. Y darnos miedo.
8/10.
Lo mejor: la bocanada de aire fresco sin coartadas para el género.
Lo peor: pierde algo de fuelle antes de final.