Pocas cosas me gustan más como cinéfilo que descubrir una película que me sorprenda desde su aparente normalidad o clasicismo, como esta que me ocupa ahora mismo. Frantz (2016) de François Ozon. Basada en una película de Lubistch "Broken Lullaby" (1932, "Remordimientos" en España) y en la obra de teatro en la que se basa esta última L'homme que j'ai tué) cuenta una a priori sencilla historia de culpa y perdón: poco después de la 1ª Guerra Mundial en un pueblo alemán aparece un francés (Adrien) visitando la tumba de un soldado muerto y entra en contacto con la prometida y los padres del mismo, presentándose como amigo del mismo en sus estancias en París. Tras la desconfianza inicial, acabará ganándose el aprecio y cariño de los mismos con los recuerdos que comparte sobre el hijo desaparecido. Los recuerdos sobre Frantz contados por Adrien y los momentos en los que su espíritu por decirlo de alguna manera se hace presente son filmados con viraje al color en lo que por lo demás es cálido blanco y negro, casi como si supusieran un océano de luz y vida en el oscuro y triste presente de los protagonistas. Hasta que de repente Adrian hace una revelación sobre la que se vertebra el conflicto de la película que, más allá de lo que cuenta nos hace replanteárnosla por completo: ¿Es cierto algo de lo que ha contado Frantz hasta ahora es simplemente la expresión de un deseo no cumplido? ¿Hubo una relación más profunda entre Adrien y Frantz de la que se nos cuenta? La dirección y el guión están llenos de sutiles apuntes y giros que nos llevan a dudar de todo, incluido de lo que aparenta ser la verdad sobre lo ocurrido: comentarios soltados al azar por uno de los personajes, un cuadro colgado en la pared, el vestuario de los personajes... Uno de los grandes aciertos de Ozon es hacernos asumir como espectadores el punto de vista de Anna (especialmente en la 2ª mitad en la que no contamos con la narración de Adrian) e ir descubriendo, con ella e incluso reinterpretando sus descubrimientos si acaso la historia real no es ninguna de las narradas por Adrian, si hay otra, mucho más intima y difícil de contar por las circunstancias históricas y sociales de los personajes. Al final, el camino, tanto geográfico como interno hacia el descubrimiento supone la liberación de Anna y su apertura a una nueva vida, como queda perfectamente claro en el epílogo, y la renuncia a un pasado que pesaba como una losa sobre su presente.
Lo mejor: el uso maestro del punto de vista narrativo para reformular lo que vemos a cada momento y la confianza de Ozon en la inteligencia del espectador para no darle todo masticado. La sutil crítica implícita a la guerra, cualquier guerra.
Lo peor: quedarse con la impresión de que es un drama clásico más, cuando es rabiosamente moderna a todos los niveles.
9/10.
Creo que para mí cuando el guión toma más fuerza, es en el momento en que ella decide tomar las riendas de la realidad y la redibuja, para que sea menos dolorosa. Creo que en nigún momento me esperé ninguno de los giros de guión del personaje de ella. Ni si quiera el giro final. Me esperaba otra cosa. Y me encantó equivocarme. Desde luego e una peli preciosa.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, lo he comentado con más amigas y nos encanta esa manera de sorprenderte y sumar a cada giro sin que parezca forzado. Y efectivamente la película toma cuerpo definitivamente cuando ella toma las riendas :)
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