viernes, 12 de febrero de 2016

El renacido. Sufre como Leo.


A la redención y la felicidad por el dolor. A partir de una sencilla historia real (hombre abandonado y dado por muerto en las montañas tras un ataque de oso y el asesinato de su hijo), Iñárritu monta su clásica historia de superación y redención personal a través de miles de obstáculos y dolor y dificultad extremas. Sólo que en este caso lo hace adoptando el clásico esquema de película de aventuras (“western”, de aquellas maneras). El resultado es espectacular, una lucha extrema del hombre contra sí mismo y contra la naturaleza que se interpone en su camino. El director se las apaña no sólo para mantener el interés sino para fascinar a lo largo de 2 horas y media de metraje de las cuales la mitad son Leo caminado, arrastrándose y sufriendo en general, buscando venganza.  Iñárritu no es tonto claro y como guionista estructura perfectamente la película, con dos set pieces impresionantes para empezar y terminar (sobre todo la primera) y varios puntos de inflexión a la largo del relato, a cual más infartante. El trabajo de fotografía es de otro mundo, más teniendo en cuenta que es todo luz natural y está rodada íntegramente en escenarios naturales y las interpretaciones, especialmente las de Leo y Tom Hardy, radicales y viscerales acorde con la propuesta (aunque ese plano final de Leo clama un poco al cielo, ese “quiero un Oscar, mirad cómo he sufrido, dádmelo yaaaaa!”).  Pocas veces se ha mostrado (al menos en el cine mainstream) la relación del hombre con la naturaleza de manera extrema. Desde ya una de las películas del año.

Lo mejor: dirección fotografía, interpretaciones... difícil destacar algo sobre lo demás, todo vuela a gran altura.
Lo peor: paradójicamente esa perfección a todos los niveles se vuelve a veces en su contra y da un poco sensación de "mira qué buenos somos todos" en tu cara. Eso y el plano final que  siendo Leo el intérprete puede causar hilaridad por su hambre de Oscar.

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