No soy muy fan del director Andrew Haigh; sus incrusiones en historias
sobre vida gay como en “Weekend” o "Looking" siempre me han parecido esforzados intentos de
naturalidad que terminan cayendo en la banalidad en su intento de menos es más.
Para mi sorpresa sin embargo, aquí lo peta y consigue todo lo que había
intentado hasta ahora con unahistoria sobre el paso del tiempo y las
consecuencias que pueden tener ciertos descubrimientos sobre el pasado en una pareja
muy asentada. El guión va acumulando pequeños pero incisivos detalles (ese “amor
congelado”); la dirección es sofisticadísima en su aparente sencillez:
básicamente dos personajes hablando y la cámara que rara vez los filma en
primer plano limpio sino siempre a cierta distancia, o a través de cristales o
barreras diversas, como con cierto pudor, como si le diera reparo interferir en
algo tan íntimo como el conflicto que surge en los personajes. Esto no
funcionaría sin dos intérpretes monumentales (ambos) como Charlotte Rampling,
Tom Courtenay, (aunque el punto de vista es el de ella y le permita más lucimiento);
trabajando sus personajes desde la contención y una rigurosa dirección de
actores que evita cualquier explosión sentimental típica en estos productos y
acorde con la naturaleza de la propuesto. El resultado, uno de los dramas más
demoledores de los últimos años, a degustar (y sufrir) con calma.
Lo mejor: que todo (guión, dirección, interpretaciones...) esté en perfecta sincronía. Y Charlotte, imposible no mencionarla, es Oscar es suyo lo gane o no.
Lo peor: que la misma naturaleza de la propuesta pueda alejar a espectadores más impacientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario