Y cuando crees que ya has visto todo sobre el Holocausto, llega László
Nemes y reinventa la rueda. Tal vez consciente de la saturación de imágenes que
tenemos sobre el tema (y en concreto la dinámica de los campos de concentración)
el director pega la cámara al protagonista, su cara, dejando el contexto alrededor,
difuminado, intuido y escuchado mas que visualizado, y lo persigue en largos
planos secuencia con poco y estratégicos cortes
o cambios de punto de vista. Nos centramos así en el conflicto de Saul
(¿real?¿imaginario?) que en todo momento parece desconectado del horror que le
rodea y de los numerosos conflictos a su alrededor a los que es empujado
continuamente, tal vez por la fuerza de la costumbre o porque nada tiene
importancia para él excepto lograr su objetivo.
El resultado es uno de los usos más extremos y rigurosos que recuerdo
del uso del punto de vista, sólo comparable en el cine reciente a lo que hacía
Gaspard Noé en “Enter the Void” (2009), tan agobiante como fascinante (para
mí) y demuestra que otra mirada es posible, tanto sobre un tema concreto como sobre el cine mismo y sus infinitas posibilidades expresivas. Sin duda exige mucho por parte del espectador y puede resultar mareante o
expulsarnos de la película nada más empezar si no comulgas con la propuesta;
aún saí vale la pena intentarlo y descubrir la experiencia cinematográfica más
radical de la temporada.
Lo mejor: la radicalidad del planteamiento a todos los niveles y el rigor
con el que se ejecuta; la sensación de estar viendo algo totalmente nuevo. El
final, tan ambiguo como alegórico.
Lo peor: que dicha radicalidad pueda generar rechazo en espectadores impacientes.
No te la pierdas: si te gusta el cine como forma de arte además de entretenimiento.
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